01 marzo, 2012

Veinte

*Publicado originalmente en "El Mundo de Teseo"

Ahora sí que iba a llorar de verdad, y un goterón rodó a lo largo del cañón de la pistola, recorrió la anilla del gatillo y se derramó por mi dedo índice. Raymond K. Hessel cerró los ojos y apreté con tanta fuerza la pistola contra su sien que él ya nunca dejaría de sentir su presión y yo estaba a su lado y era su vida y podía morir en cualquier momento.

Esto es lo que Tyler quiere que haga.

Son las palabras de Tyler las que salen de mi boca.

Soy la boca de Tyler.

Soy las manos de Tyler.

Tyler quiere un sacrificio humano.

“No eches a correr o tendré que dispararte por la espalda” te dije. Había sacado la pistola y llevaba un guante de látex para que, en el caso de que la pistola se convirtiera en la prueba A, no hubiera nada a excepción de las lágrimas secas de Raymond K. Hessel, caucasiano, veintitrés años de edad, sin marcas familiares.

Entonces, me prestaste atención. Tus ojos abiertos y espantados mostraban a la luz de la farola un color verde anticongelante.

Me entregaste la cartera como te pedí.

Según decía el carné de conducir, te llamabas Raymond K. Hessel. Vives en el apartamento A del 1320 SE Benning. Tenía que ser un apartamento en el sótano. A los apartamentos ubicados en sótanos suelen darles letras en vez de números.

Raymond K. K. K. K. K. K. Hessel; a ti te hablaba.

Apartaste la cabeza del cañón y dijiste “Sí”. Sí, dijiste, vivías en un sótano.

Saqué una foto de tu papá y tu mamá sonriéndote. Y te echaste a llorar.

El asombroso milagro de la muerte. Eres un ser vivo y, al minuto siguiente, un ser inerte, y tu papá y tu mamá llamarían al viejo médico de la familia para recoger tu historial de la clínica dental, pues no iba a quedar mucho de tu cara.

Catorce dólares.

“¿Es esta tu mamá?”, dije.

Sí. Llorabas, gimoteabas, llorabas. Tragaste saliva. Sí.

Llevabas el carné de la biblioteca y un carné de un videoclub. La cartilla de la seguridad social. Catorce dólares. Y un carné universitario caducado.

Tú estudiabas algo.

Ahora dime qué estudiabas.

¿Dónde?.

En la universidad, dije. Llevas un carné de estudiante.

Oh, no lo sabías… Sollozos. Hipo. Gimoteos. Biología.

Escucha, vas a morir esta noche, Raymond K. K. K. Hessel. Tal vez mueras dentro de un segundo, tal vez dentro de una hora; tú decides. Así que miénteme. Dime lo primero que se te pase por la cabeza. Invéntalo. Me importa una mierda. Soy yo quien tiene la pistola. Rellene el formulario. ¿Qué desea Raymond K. Hessel ser de mayor?.

“Irme a casa –dijiste-, sólo quiero ir a casa, por favor”.

“Déjate de mierdas”, dije yo. ¿Cómo deseabas pasar el resto de tu vida? Si es que podías hacer algo en el mundo.

Invéntalo.

No sabías.

“Pues vas a morir ahora mismo”, dije.

La muerte empezará dentro de diez segundos, nueve, ocho.

“Veterinario”, dijiste. Querías ser veterinario.

Podrías estar en la universidad dejándote el culo allí, Raymond K. Hessel, o podrías estar muerto. Tú eliges. Te metí la cartera en el bolsillo trasero de los tejanos. Así que lo que realmente te gustaba era ser médico de animales. Alivié la presión del cañón salado sobre una mejilla y te la puse en la otra. Doctor Raymond K. Hessel ¿es eso lo que siempre has querido ser?

Sí.

¿No mientes?.

No, no, lo decías en serio. Sí; no mentías. Sí.

Te incrusté el cañón húmedo de la pistola en las mejillas. Tengo tu carné de conducir. Sé quién eres. Sé dónde vives. Me quedaré tu carné de conducir y te vigilaré, señor Raymond K. Hessel. Vuelve a la facultad a estudiar. Me cercioraré dentro de tres meses, y luego dentro de seis y luego dentro de un año, y si no has vuelto a la facultad a convertirte en veterinario, morirás.

No abriste la boca.

Lárgate y vive tu vida insignificante, pero recuerda que te vigilo, Raymond K. Hessel, y que preferiría matarte a que siguieras en ese trabajo de mierda ganando únicamente dinero para comprarte queso y ver la televisión.

Raymond K. K. K. Hessel, la cena te va a saber mejor que nunca y mañana será el día más hermoso de toda tu vida.

"El Club de la Lucha. Capítulo veinte"

21 febrero, 2012

Rapiña

Ya está aquí. Nuestro primer corto, nuestra primera ilusión, nuestro primer niño. Nos ha costado sacarlo adelante, principalmente porque no teníamos ni idea de cómo hacer cine y hemos ido aprendiendo sobre la marcha. No serán las mejores actuaciones, el mejor guión, la mejor fotografía, pero estamos orgullosísimos del resultado final. Al que le guste, de puta madre, al que no, intentaremos hacerlo mejor en los próximos. Mil gracias a todos los que lo han hecho posible con su ayuda, ¡sois grandes!. Intentad disfrutadlo sabiendo de donde venimos.


04 enero, 2012

Anatomía de un artista: Saul Bass

*artículo publicado originalmente en Acta Verbum
 
Hoy nos sentamos en la última fila para deleitarnos con una parte del cine poco agradecida, los créditos. Y para ello, es un placer presentaros al artista que revolucionó el concepto y la forma de esos cuatro minutos iniciales. Cuatro minutos habitualmente condenados al olvido,sobre un fondo negro o un plano fijo poco agradable, cuatro minutos anodinos, insustanciales. Pero a veces, esos cuatro minutos pueden convertirse en puro arte, pura belleza, sobre todo si viene de la mano de Saul Bass.

Conocido como uno de los genios del diseño gráfico, no sólo trabajó para la industria cinematográfica sino que también diseñó logotipos para empresas como United Airlines, Kleenex o Minolta. Sus primeros pasos en el cine fueron de la mano de Otto Premiger donde le encarga el cartel de Carmen Jones, y al quedarse encantado con él le acaba encargando la realización de los títulos de créditos. Tras varios trabajos, el propio Hitchcock pide que le haga los créditos de su película Vértigo, donde consigue uno de sus mejores trabajos.
En Vértigo vemos como hace uso de la música para inducir al espectador en la atmósfera agobiante del film. Mientras la cámara se mueve alrededor del rostro de una mujer, aparentemente es Kim Novak (la protagonista femenina de la película) aunque en realidad no lo es, aparecen los nombres de los actores y del director. Al llegar al ojo, la pantalla se vuelve rojiza, un primerísimo primer plano nos introduce en el interior del personaje, una espiral de color morado comienza a girar, a girar haciéndose cada vez más grande, más cercanos, más giros, nos caemos... En tan solo unos minutos nos han introducido en la historia, en las obsesiones y miedos del protagonista.
 
Y es aquí donde reside el genio de Saul Bass. Su capacidad de síntesis, de saber determinar los objetos y significados de una obra y expresarlos de una manera eficaz, sencilla, única y original. Esa capacidad de enganchar al público desde el inicio, Saul decía: “la primera impresión es la que cuenta”. De sus obras se destaca el manejo de la música como elemento esencial a la hora de provocar emociones, del uso de colores fuertes, llamativos, con formas recortadas, imperfectas, ambiguas, el manejo de recursos simples pero eficaces, y todo con el fin de sintetizar lo más importante de la obra.

Las diferentes formas con las que experimentaba nos han dado grandes inicios cinematográficos. Desde Espartaco de Kubrick, donde bajo esculturas de piedra nos cuenta de la lucha del esclavo, pasando por Casino de Scorsese, bajando a los infiernos con Robert De Niro, Uno de los nuestros, Psicosis, Anatomía de un asesinato, Con la muerte en los talones o Walk on the Wild Side, uno de los mejores inicios de película de la historia del cine.

Saul Bass murió en Los Angeles en 1996 y aún hoy la influencia que ejerce en el cine es innegable. Un artista con todas las letras capaz de inspirar a otros artistas. Quisiera recordarlo con una cita suya: Quiero hacer cosas bonitas, aunque a nadie le importe.

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